La tecnología abarata costos y democratiza la producción de cultura, pero ¿hasta qué punto esta facilidad para producir libros, discos y filmes es beneficiosa para el estado del arte, el público y los propios creadores? ¿Todo producto cultural merece el “aura sagrada” que lo rodea? ¿Quién dictamina lo que vale y lo que no? Tres artículos analizan la cuestión y aportan cifras días antes de inaugurarse, el próximo jueves, el primer Mercado de Industrias Culturales Argentinas.
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